martes, abril 11, 2006

No soy bienvenido aquí:Dice, Hugo Orellana

.
Ayer, 10 de abril, se realizaron espectaculares movilizaciones en decenas de Ciudades de los EE UU. Trabajadores, desocupados y estudiantes de distintos rincones del mundo que viven y trabajan en el centro del imperialismo, salieron a la calle a manifestar su inconformidad en contra de la situación de injusticia y maltrato de las que son víctimas en esa la sociedad que ponen como ejemplo de democracia, libertad y de brindar posibilidades de prosperar.

El sueño americano ayer fue puesto al descubierto como lo que es: una pesadilla para los inmigrantes, afrodecendientes y para los trabajadores norteamericanos. Estas movilizaciones abren un hito en la historia contemporanea de los EE UU. Está programado para este 1° de mayo una serie de marchas y boicot, en donde volveran a salir las voces descontenta de los inmigrantes de los EE UU. Desde Veneuela hemos enviado mensaje de solidaridad a los ciudadanos que repudian al proyecto de reforma de imigración HR 4437 que constituye más humillación a los millones de ciudadanos que son superexplotados y supermarginados en la meca capitalista.

He aquí, a continuación, el relato de uno de tantos de estos hermanos de clase que viajan a los EE UU esperando encontrarse un mundo mejor. Hugo Orellana, asi se llama este compañero, que relata su odisea para llegar a los EE UU desde Guatemala. Esto fue publicado en una columna del periódico "Freedom Socialist" (Partido Libertad Socialista) en la edición de los meses mayo/junio.

No soy bienvenido aquí: la odisea de un inmigrante

por Hugo Orellana

Si tú no has sido nunca un inmigrante indocumentado de América
Central realizando el peligroso viaje por México sólo para enfrentarte a los
grupos de odio vigilantes y a la migra en la frontera de EEUU, entonces no
sabes lo que es el infierno.

Si huyes de la pobreza o la persecución en tu propio país, también te
explota y te persigue la policía mexicana que trata de robarte hasta la
última moneda. Si estás sin dinero, acabas en una cárcel mexicana,
acusado de una serie de crímenes de toda índole.

Después, puede ser que te torturen los federales, usando técnicas como
las del ejército guatemalteco, quienes las aprendieron en la Escuela de
las Américas.

Si, por un milagro a tu favor por la perfecta alineación de los planetas,
puedes atravesar México sin problemas, y si tienes la suerte de contar
con familiares que estén dispuestos y puedan ayudarte con dinero, te
encontrarás en manos de los coyotes o traficantes de seres humanos.

Estas experiencias hacen que el programa de televisión Survivor parezca
un juego de niños. Pero son sólo una muestra de la tormenta que te
espera una vez que llegas a la tierra prometida y son sólo las primeras
páginas del libro sobre mi propia vida.

Durante los años 80, cuando tenía veintitantos años, pasé seis meses
en el centro de procesamiento Port Isabel en Texas, junto con otros 600
hombres y mujeres de América Central que estaban huyendo de guerras
civiles y buscando asilo político.

En Port Isabel, nos dejaron a la intemperie a temperaturas de hasta 38
grados, mientras azotaban al campamento tormentas de polvo e invadían
nuestros cuerpos. Se me infectaron los oídos, y tuve que pasar varios
días quejándome para que hicieran algo al respecto. Aun así, tuve suerte
pues yo hablaba inglés pero los demás, no.

Durante mis primeros días en ese lugar, no nos proporcionaron productos
básicos de higiene como jabón y pasta dental. Dado que no había
excusados portátiles afuera, la gente no tenía otra opción que orinar en la
tierra. Cuando los guardias nos veían en las cámaras de vigilancia, nos
gritaban insultos racistas.

Después de 15 días llamaban a un prisionero para un juicio y le imponían
una fianza entre $15,000 y $35,000. La manera en que nos robaban los
federales mexicanos no era nada comparado con esta situación. ¿Cómo
se supone que pueden conseguir los inmigrantes pobres una suma tal de
dinero, aunque tengan familiares que trabajen en los EEUU? Muchos
detenidos sufrían de ataques de pánico al pensar en la posibilidad de que
los deportaran y mandaran de regreso a sus países donde, con toda
seguridad, serían asesinados por los escuadrones de la muerte.

Abundaban los maltratos y la corrupción. Una vez, un guardia me ofreció
comida y dinero por golpear a un detenido con quien él había tenido
problemas hacía unos días. Yo simplemente me alejé de él.

Otra vez, un prisionero salvadoreño de mi barraca se tardó en abandonar
el patio cuando nos dijeron que entráramos para comer. Un oficial le pegó
y le sacó sangre. El detenido quería montar un pleito legal y habló con la
gente del Proyecto Libertad, un proyecto de derechos del inmigrante.
A medianoche, después de que apagaron las luces, alrededor de cinco
oficiales de migración entraron a nuestra unidad, se llevaron al hombre
herido y a su testigo, y los transportaron a Houston, donde fueron
deportados.

Este llamado sistema democrático trató mal a estas personas. Los
derechos constitucionales que se supone que deberían tener en tanto
seres humanos en este país, sin importar la raza u origen nacional, se
fueron a la porra.

En México y América Central, el 90 por ciento de la gente vive
cotidianamente en la lucha por sobrevivir. Muchos dependen de la
agricultura para vivir y cultivan su pequeña parcela de tierra propia o
trabajan para otras personas. Pero no pueden competir con las enormes
cantidades de productos agrícolas de EEUU, que entran gracias al “libre
comercio”.

Esto deja a la gente sin otra alternativa que huir. Aquéllos que tienen
casas o ganado los venden y otros piden dinero prestado. Muchos lo
pierden todo en su viaje al norte y los que son deportados regresan a una
existencia miserable, peor que la que tenían antes de irse. ¿Cuál es la
solución para estos pobres desgraciados del planeta si no la revolución?

Sin embargo, como una maldición, el capitalismo de los EEUU ha seguido
en pie durante lo que parece una eternidad, tiempo en que el Gobierno
yanqui nos impide seguir nuestros propios destinos apoyando una
oligarquía y dictadura militar genocida tras otra. Pero no piensen que se
ha destruido nuestro espíritu revolucionario. Ahora más que nunca, a
medida que vemos avanzar movimientos en América del Sur hacia
sociedades mejores, nos sentimos inspirados para luchar.

Sin embargo, los pueblos de México y América Central también esperamos
que los ciudadanos nacidos en EEUU luchen para quitarnos al Tío Sam
de nuestras espaldas y para que libren sus propias batallas. Después de
todo, Uds. tienen un historial revolucionario y tal vez puedan hacer sólo
una más, para ganar la libertad de todos nosotros.

Originalmente de Guatemala, Hugo Orellana es ahora ciudadano de
EEUU, vive en Seattle y trabaja como empleado público y participa
activamente en su sindicato.

No hay comentarios.: