martes, febrero 07, 2006

El Jardinero Fiel, Según sus Protagonistas

El brasileño Fernando Meirelles, recordado por la exitosa Ciudad de Dios, presenta su nueva película: una historia de amor atravesada por señalamientos directos a los grandes laboratorios internacionales.

Esta es una historia de amor. Amor profundo, desesperado, lleno de dudas y remordimientos, sembrado por la impaciencia y la rabia de una muchacha que forma parte de una ONG que combate los negocios sucios de los grandes laboratorios internacionales aliados con delincuentes, vendedores de armas y funcionarios sin escrúpulos, y la mesura inicial de un hombre que descubre, de la peor forma, el mundo escondido de esa mujer a quien conoció por accidente durante una conferencia.

Es una historia de amor con el título de El jardinero fiel, escrita por un narrador formidable, el inglés John Le Carré, quien tiene algunas de las mejores novelas de la guerra fría convertidas en películas; además de estupendas historias como La chica del tambor, de George Roy Hill, sobre el terrorismo israelí y palestino. "Me siento orgulloso de la adaptación de mi novela y espero que el cine sirva en este caso para que miles de hombres y mujeres cobren conciencia ante una situación salvaje y vergonzosa", dijo el autor del libro.

El libro de Le Carré es valiente y numerosas ONG lo han tomado como fuente para sus peleas con las transnacionales que comercian descaradamente con la vida de los habitantes miserables del Tercer Mundo, experimentando en ellos las nuevas drogas que en muchas ocasiones fracasan, y disfrazando sus fracasos con donaciones o campañas de caridad, especialmente en África y Latinoamérica.

La versión en cine de esta dura realidad fue posible con la dirección de Fernando Meirelles. "Pienso que lo que se buscaba, adaptar la novela de Le Carré y hacerse eco de esas denuncias, se ha logrado de una forma mesurada, desde la perspectiva de una mujer entregada a su causa hasta el punto de exponer la vida y la vida del hijo; y la visión y reacción de un hombre que, aparentemente, era indiferente a las desgracias ajenas, y mientras busca el rastro de la mujer asesinada, se encuentra a sí mismo, de una forma sincera y conmovedora", dice el director.

Miles de espectadores en el mundo entero recuerdan la segunda película de Meirelles: Ciudad de Dios (después de una comedia ácida, Domésticas). Nerviosa, incisiva, con esa fotografía alucinante que recorre las 'favelas' de Río de la mano de esos chicos que desde los ocho años saben matar y sólo buscan alcanzar sus quince para cubrirse de gloria, después de haber ejercido el narcotráfico, el proxenetismo y el robo. Frente a El jardinero fiel, las opiniones han estado divididas: la han calificado de engañosa, comercial, oportunista, superficial, complaciente y esteticista.

"Algunos críticos se han sentido decepcionados porque la película avanza sobre dos planos narrativos, la historia de amor de los protagonistas y la lucha de ambos contra las infamias cometidas por los laboratorios apoyados por gobiernos y delincuentes", acepta el director. Pero El jardinero fiel tiene ese aliento de documental mezclado de ficción. Es decir, el cine de denuncia que evita, a diferencia de tantas películas de los últimos años, convertirse en simple panfleto sin imaginación ni vuelo.

El espectador siente que las imágenes, por la forma cómo son mostradas, son verdaderas. Pero al mismo tiempo sabe que se sostienen en esa historia de ficción, en este caso el romance de un diplomático inglés (Ralph Fiennes, en uno de sus mejores papeles) con una joven (Rachel Weisz, sensacional con su sensual impaciencia y ganadora de un reciente Globo de Oro) que investiga, denuncia, señala, persigue, identifica y acosa a los traficantes de cuerpos y almas.

O sea, una pareja que nunca debió formarse y que surge supuestamente de una serie de coincidencias. Al final, uno piensa que ella llegó a amarlo pero ese matrimonio y ese viaje a África fueron parte de una maniobra para estar en el campo de batalla, amparada por el aparato diplomático. "La joven es impulsiva, tiene una rabia provocada por las injusticias que observa a su alrededor, es idealista y piensa que puede cambiar el mundo con sus pequeñas acciones", dice Rachel Weisz.

En buena parte, el logro de Meirelles se sostiene en el lenguaje utilizado, igual al de Ciudad de Dios: esa estructura que camina del presente al pasado y regresa para que el espectador construya con su paciente imaginación el drama que comienza con el marido despidiendo a la esposa y un amigo médico, en el aeropuerto, rumbo a uno de los rincones africanos más apartados.

Sello personal

El cineasta brasileño Fernando Meirelles ha utilizado sus recursos formidables para entusiasmar a un espectador que quizás con otro lenguaje se hubiera sentido menos atraído, menos cercano. Por eso fascina su estilo visual, que marca muy bien las diferencias sentimentales, políticas, sociales y físicas de ese doble drama que avanza, retrocede, regresa, se tranquiliza y repentinamente estalla.

Aunque Meirelles no sea un Kean Loach, ni un Mike Leigh; o un Fernando León, o un Marco Bellochio, se siente su rabia y sus ganas de denunciar, y la necesidad que tiene de mezclar los lenguajes del supuesto documental y la película de suspenso y acción que le garantizan la cartelera internacional. Por eso la fotografía de los escenarios europeos aparece fría, académica, reposada.

En contraste, las escenas africanas son tratadas con colores térreos, salvajes, y una cámara en mano, de primeros planos agonizantes y ángulos torcidos que ayudan a comprender mejor la confusión y el miedo que reinan.

"Este es uno de los personajes más complejos que he interpretado. Es un hombre solitario, distante, frío, dedicado a su carrera y sus plantas, con un sentido muy personal del dolor, el amor, la amistad. Cuando la muerte y la soledad lo golpean, su transformación se acerca a la rabia y la rebelión. Y por eso sus últimas semanas de vida se convierten en auténtica redención", explica Ralph Fiennes.

Sobre el autor del libro en el que se basó la historia, cabe recordar que su verdadero nombre es David John Moore Cornwell. Trabajó en el Servicio Secreto británico en Bonn y Hamburgo, y fue denunciado por el agente doble Kim Philby cuando fue desenmascarado. John Le Carré tiene algunas de las mejores novelas de la guerra fría convertidas en películas: El espía que vino del frío, del director Martin Ritt; The Deadly Affair, de Sidney Lumet; The looking glass war, de Frank Pierson; La casa Rusia, de Fred Schepisi, y El sastre de Panamá, de John Boorman.

http://www.tdm.com/ArteyCultura/2006/02/20060202-261989.htm<http://www.tdm.com/ArteyCultura/2006/02/20060202-261989.htm>

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